En el camino del guerrero, el del ser templado, pocas palabras resuenan tanto como “la impecabilidad”. Don Juan la repetía sin cansancio, pero siempre advertía: no es moral, no es bondad, no es virtud. Es energía.
Un guerrero sabe que su capital más escaso no es el tiempo ni el dinero, sino la energía vital. Y esa energía se escurre en gestos invisibles: la queja, la autocompasión, el miedo o la importancia personal, entre otras. Cada suspiro de lamento es una fuga; cada acto inconsciente, una deuda.

La impecabilidad es por ello, la economía perfecta: no desperdiciar un gramo de vida en lo inútil. Es actuar como si cada instante fuese el último.
“Lo que importa es que un guerrero sea impecable… lo importante para un guerrero es llegar a la totalidad de uno mismo”.
Don Juan enseñaba que los hombres nacen con una cantidad limitada de energía. El hombre común la malgasta en quejas, en la importancia personal, en defender su yo. El guerrero, en cambio, la guarda como un tesoro, pues sabe que de ella depende su libertad.
“No es que estés aprendiendo chamanismo… lo que estás haciendo es aprender a ahorrar energía. Y esa energía ahorrada te dará la habilidad de manejar los campos de energía que por ahora te son inaccesibles”.
Así, la impecabilidad no es un ideal moral, sino una estrategia de poder. El que es impecable se vuelve ligero, móvil, silencioso. Puede cazar su propia energía en la recapitulación, puede detener el diálogo interno y puede mover su punto de encaje.
“Lo que importa para un guerrero es que no deje rastros. Que viva con tal ligereza, que la muerte misma tenga que esforzarse para encontrarlo” (Don Juan, La rueda del tiempo).
Recordar la impecabilidad tolteca es entender la economía de energía, no malgastarla en quejas, en culpas ni dramas. La generación de la acción total,  hacer lo que se debe hacer con todo el ser, sin tibieza. Recordar la presencia de la muerte, la consejera silenciosa en cada decisión. Ser ligero, no dejar huellas innecesarias en el mundo.
Para Don Juan, la impecabilidad era la única riqueza verdadera: el ahorro que abre la percepción. El guerrero no busca ser bueno ni perfecto: busca ser impecable porque solo así puede estar listo para el viaje último y definitivo.
La impecabilidad no hace del guerrero un santo, lo hace libre. Libre de sí mismo, de su historia, de las trampas del mundo. El ser humano común espera un mañana. El guerrero impecable camina como si ya estuviera en su último paso. Y en ese filo, su energía brilla como un fuego que no deja cenizas.
Claudio Arenas Vergara
Sirena, 27 de Septiembre 2025
Ho Manik
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