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Los niveles de atención tolteca

«Don Juan Matus, dividía la conciencia en tres partes. A la primera porción y más pequeña la llamó «primera atención»; esta conciencia es la «común», la que todos tenemos y en la cual enfrentamos el mundo cotidiano, y está relacionada con la conciencia del cuerpo físico. A la siguiente porción de la conciencia, mucho mayor en tamaño, la llamó la «segunda atención», y es la que percibe el hombre como un capullo luminoso, al mundo como energía, y que nos permite actuar como «seres luminosos». La segunda atención siempre se mantiene en la «trastienda» de nuestra conciencia y sale a través de un trabajo dirigido y disciplinado, o por medio’ de un trauma accidental que la puede poner en funcionamiento. La tercera atención, que es la última parte y la mayor en dimensión, es una conciencia de los cuerpos físico y luminoso.»

La atención es domar y enriquecer la consciencia a través del proceso de vivir y constituye el logro individual mayor del hombre.
Una de las metas de la enseñanza era desarrollar la segunda atención. Se conseguía mediante un esfuerzo riguroso y sistemático llamado «no hacer». Definía el no hacer, como un acto insólito que emplea a nuestro ser total, forzándolo a ser consciente del segmento luminoso.

Para explicarlo, Don Juan, dividió la consciencia en tres segmentos: la primera, es la consciencia con la cual toda persona normal enfrenta la vida, abarca la consciencia del cuerpo físico, es el tonal o del lado derecho. Es la consciencia animal y tiene dominio absoluto sobre nosotros. Los videntes la ven como un intenso resplandor ambarino, en la parte superior del capullo. Esta consciencia consume demasiada energía y tiempo en las acciones e interacciones en la vida cotidiana.

La segunda atención o nagual, o del lado izquierdo, es la única que nos permite crear y la necesitamos para ver nuestro capullo. Esta atención se queda en el trasfondo de nuestra vida a no ser que mediante un entrenamiento deliberado o un trauma accidental, se manifieste. Ella tiene una necesidad inherente de economizar velocidad. Se pone en funciones cuando se utilizan las emanaciones interiores del capullo.

Esta consciencia del lado izquierdo, acelera nuestra comprensión, nos permite enfocar con inconcebible lucidez sólo una cosa a la vez y esto nos vuelve vulnerables. No se puede actuar independientemente mientras se está en ella. Uno tiene que ser ayudado por guerreros que ya hayan obtenido la libertad total de sí mismos y saben como hay que desempeñarse en ese estado.

El campo de batalla de un guerrero es la segunda atención. Se puede obtener a través del ejercicio de detener el diálogo interno, y una forma de obtenerlo es no enfocar con la mirada, cruzar los ojos, para realzar la visión periférica, y con esto acrecentar la capacidad de concentración.

Para Don Juan, la segunda atención tiene dos caras. La primera es la más fácil, es la cara maléfica, sucede cuando las personas la usan para enfocar su atención en cosas de este mundo, como poder, sexo y dinero. La otra es más difícil y ocurre cuando enfocan su atención en cosas que ya no son de este mundo, como el viaje a lo desconocido. Los guerreros necesitan ser absolutamente impecables para alcanzarla.

La primera atención es la que ordena la percepción del mundo de lo conocido; la segunda atención ordena el mundo de lo desconocido y la tercera atención, integrada por estas dos, puede organizar mucho mejor lo que queda por conocer.

 

La primera atención

La atención es lo que nos hace percibir las emanaciones del Águila como el acto de «desnatar».
Don Juan me explicó que a la primera atención se le ha enseñado a moverse instantáneamente a través de todo un espectro de «las emanaciones del Águila», sin poner el menor énfasis evidente en ello, a fin de alcanzar «unidades perceptuales» que todos nosotros hemos aprendido que son perceptibles. Los videntes llaman «desnatar» a esta hazaña de la primera atención, porque implica la capacidad de suprimir las emanaciones superfluas y seleccionar cuáles de ellas se deben enfatizar.

Don Juan explicó este proceso tomando como ejem­plo la montaña que veíamos en ese momento. Sostuvo que mi primera atención, al momento de ver la montaña, ha­bía desnatado una infinita cantidad de emanaciones para obtener un milagro de percepción; un desnate que todos los seres humanos conocen porque cada uno de ellos lo ha logrado alcanzar por sí mismo.

Los videntes dicen que todo aquello que la primera aten­ción suprime para obtener un desnate, ya no puede ser re­cuperado por la primera atención bajo ninguna condición. Una vez que aprendemos a percibir en términos de desnates, nuestros sentidos ya no registran las emanaciones superfluas. Para dilucidar este punto me dio el ejemplo del desnate «cuerpo humano». Dijo que nuestra primera atención está totalmente inconsciente de las emanaciones que componen el luminoso cascarón externo del cuerpo físico. Nuestro ca­pullo oval no está sujeto a la percepción; se han rechazado las emanaciones que lo harían perceptible en favor de las que permiten a la primera atención percibir el cuerpo físico tal como lo conocemos.

Por tanto, la meta perceptual que tienen que lograr los ni­ños mientras maduran, consiste en aprender a aislar las emana­ciones apropiadas con el fin de canalizar su percepción caótica y transformarla en la primera atención; al hacerlo, aprenden a construir desnates. Todos los seres humanos maduros que rodean a los niños les enseñan a desnatar. Tarde o temprano los niños aprenden a controlar su primera atención a fin de percibir los desnates en términos semejantes a los de sus maestros.

Don Juan nunca dejó de maravillarse con la capacidad de los seres humanos de impartir orden al caos de la percepción. Sostenía que cada uno de nosotros, por sus propios méritos, es un mago magistral y que nuestra magia consiste en imbuir de realidad los desnates que nuestra primera atención ha aprendido a construir. El hecho de que percibimos en térmi­nos de desnates es el mandato del Águila, pero percibir los mandatos como objetos es nuestro poder, nuestro don má­gico. Nuestra falacia, por otra parte, es que siempre acabamos siendo unilaterales al olvidar que los desnates sólo son reales en el sentido de que los percibimos como reales, debido al poder que tenemos para hacerlo. Don Juan llamaba a esto un error de juicio que destruye la riqueza de nuestros misterio­sos orígenes.

 

El primer anillo de poder

A los desnates les da sentido el primer anillo de poder.
Don Juan decía que el primer anillo de poder es la fuer­za que sale de las emanaciones del Águila para afectar exclusi­vamente a nuestra primera atención. Explicó que se le ha re­presentado como un «anillo» a causa de su dinamismo, de su movimiento ininterrumpido. Se le ha llamado anillo «de po­der» debido, primero, a su carácter compulsivo, y, segundo, a causa de su capacidad única de detener sus obras, de cam­biarlas o de revertir su dirección.

El carácter compulsivo se muestra mejor en el hecho de que no sólo apremia a la primera atención a construir y perpetuar desnates, sino que exige un consenso de todos los participantes. A todos nosotros se nos exige un completo acuerdo sobre la fiel reproducción de desnates, pues la conformidad al primer anillo de poder tiene que ser total.

Precisamente esa conformidad es la que nos da la certeza de que los desnates son objetos que existen como tales, in­dependientemente de nuestra percepción. Además, lo com­pulsivo del primer anillo de poder no cesa después del acuer­do inicial, sino que exige que continuamente renovemos el acuerdo. Toda la vida tenemos que operar como si, por ejem­plo, cada uno de nuestros desnates fueran perceptualmente los primeros para cada ser humano, a pesar de lenguajes y de culturas, Don Juan concedía que aunque todo eso es dema­siado serio para tomarlo en broma, el carácter apremiante del primer anillo de poder es tan intenso que nos fuerza a creer que si la «montaña» pudiera tener una conciencia propia, ésta se consideraría como el desnate que hemos aprendido a cons­truir.

La característica más valiosa que el primer anillo de po­der tiene para los guerreros es la singular capacidad de in­terrumpir su flujo de energía, o de suspenderlo del todo. Don Juan decía que ésta es una capacidad latente que existe en todos nosotros como unidad de apoyo. En nuestro estrecho mundo de desnates no hay necesidad de usarla. Puesto que es­tamos tan eficientemente amortiguados y escudados por la red de la primera atención, no nos damos cuenta, ni siquiera vagamente, de que tenemos recursos escondidos. Sin embargo, si se nos presentara otra alternativa para elegir, como es la opción del guerrero de utilizar la segunda atención, la capaci­dad latente del primer anillo de poder podría empezar a fun­cionar y podría usarse con resultados espectaculares.

Don Juan subraya que la mayor hazaña de los brujos es el proceso de activar esa capacidad latente; él lo llamaba blo­quear el intento del primer anillo de poder. Me explicó que las emanaciones del Águila, que ya han sido aisladas por la primera atención para construir el mundo de todos los días, ejerce una presión inquebrantable en la primera atención. Para que esta presión detenga su actividad, el inten­to tiene que ser desalojado. Los videntes llaman a esto una obstrucción o una interrupción del primer anillo de poder.

 

La segunda atención

«El Nagual aseguraba que la observación de las hojas fortificaba la segunda atención. Si observas una pila de hojas durante horas, los pensamientos llegan a silenciarse. Sin pensamientos, la atención del tonal mengua y, súbitamente, la segunda atención se prende a las hojas y las hojas pasan a ser algo más. Él llamaba al momento en que la segunda atención se detiene en algo «parar el mundo«. Y eso es exacto: el mundo se detiene.

Por ello, cuando se observa, es necesario que haya alguien cerca. Nunca conocemos las peculiaridades de nuestra segunda atención. Puesto que nunca la hemos empleado, debemos familiarizarnos con ella antes de aventurarnos a observar a solas.
La dificultad de la observación radica en aprender a silenciar los pensamientos. El Nagual prefería ense­ñarnos a hacerlo con un manojo de hojas porque era fá­cil obtenerlas siempre que deseáramos observar. Pero cualquier otra cosa habría servido igualmente.

Una vez que logras parar el mundo, eres un obser­vador. Y, dado que para parar el mundo sólo cabe obser­var, el Nagual nos hizo pasar años y años contemplando hojas secas. Combinaba la observación de hojas secas con la búsqueda en el soñar de las propias manos. El Nagual decía que, una vez atrapada la segunda aten­ción por medio de las hojas secas, se la amplía valiéndo­se del observar y el soñar

Don Juan me hizo entender que describir la segunda atención como un proceso era una metáfora de brujos, y que la segunda atención se podía definir como el producto de un desplazamiento del punto de encaje. Un desplazamiento que debe ser intentado, empezando por intentarlo como una idea, y acabando por intentarlo como un estado de conciencia fijo y controlado, donde uno se da cabal cuenta del desplazamiento del punto de encaje.

Don Juan me explicó que el examen de la segunda atención debe de comenzar con darse cuenta de que la fuerza del primer anillo de poder, que nos encajona, es un lindero físico, concre­to. Los videntes lo han descrito como una pared de niebla, una barrera que puede ser llevada sistemáticamente a nuestra con­ciencia por medio del bloqueo del primer anillo de poder; y luego puede ser perforada por medio del entrenamiento del guerrero.

Al perforar la pared de niebla, uno entra en un vasto estado intermedio. La tarea de los guerreros consiste en atravesarlo hasta llegar a la siguiente línea divisoria, que se deberá perforar a fin de entrar en lo que propiamente es el otro yo o la segun­da atención.

Don Juan decía que las dos líneas divisorias son perfecta­mente discernibles. Cuando los guerreros perforan la pared de niebla, sienten que se retuercen sus cuerpos, o sienten un inten­so temblor en la cavidad de sus cuerpos, por lo general a la de­recha del estómago o a través de la parte media, de derecha a izquierda. Cuando los guerreros perforan la segunda línea, sienten un agudo crujido en la parte superior del cuerpo, algo como el sonido de una pequeña rama seca que es partida en dos.
Las dos líneas que encajonan a las dos atenciones, y que las sellan individualmente; son conocidas por los videntes como las líneas paralelas. Estas sellan las dos atenciones mediante el hecho de que se extienden hasta el infinito, sin permitir jamás el cruce a no ser que se les perfore.

Entre las dos líneas existe un área de conciencia específica que los videntes llaman limbo, o el mundo que se halla entre las líneas paralelas. Se trata de un espacio real entre dos enor­mes órdenes de emanaciones del Águila; emanaciones que se hallan dentro de las posibilidades humanas de conciencia. Uno es el nivel que crea el yo de la vida de todos los días, y el otro es el nivel que crea el otro yo. Como el limbo es una zona transi­cional, allí los dos campos de emanaciones se extienden el uno sobre el otro. La fracción del nivel que nos es conocido, que se extiende dentro de esa área, engancha a una porción del pri­mer anillo de poder; y la capacidad del primer anillo de poder de construir desnates, nos obliga a percibir una serie de desna­tes en el limbo que son casi como los de la vida diaria, salvo que aparecen grotescos, insólitos y contorsionados. De esa ma­nera el limbo tiene rasgos específicos que no cambian arbitra­riamente cada vez que uno entra en él. Hay en él rasgos físicos que semejan los desnates de la vida cotidiana.

Don Juan sostenía que la sensación de pesadez que se experimenta en el limbo se debe a la carga creciente que se ha colocado en la primera atención. En el área que se halla justa­mente tras de la pared de niebla aún podemos comportarnos como lo hacemos normalmente; es como si nos encontráramos en un mundo grotesco pero reconocible. Conforme penetra­mos más profundamente en él, más allá de la pared de niebla, progresivamente se vuelve más difícil reconocer los rasgos o comportarse en términos del yo conocido.

Me explicó que era posible hacer que en vez de la pared de niebla apareciese cualquier otra cosa, pero que los videntes han optado por acentuar lo que consume menor energía: visualizar ese lindero como una pared de niebla no cuesta ningún esfuerzo.

Lo que existe más allá de la segunda línea divisoria es conocido por los videntes como la segunda atención, o el otro yo, o el mundo paralelo; y el acto de traspasar los dos linderos es conocido como «cruzar las líneas paralelas».

Don Juan pensaba que yo podía asimilar este concepto más firmemente si me describía cada dominio de la conciencia co­mo una predisposición perceptual específica. Me dijo que en el territorio de la conciencia de la vida cotidiana, nos hallamos inescapablemente enredados en la predisposición perceptual de la primera atención. A partir del momento en que el primer anillo de poder empieza a construir desnates, la manera de cons­truirlos se convierte en nuestra predisposición perceptual normal. Romper la fuerza unificadora de la predisposición perceptual de la primera atención implica romper la primera lí­nea divisoria. La predisposición perceptual normal pasa enton­ces al área intermedia que se halla entre las líneas paralelas. Uno continúa construyendo desnates casi normales durante un tiem­po. Pero conforme se aproxima uno a lo que los videntes llaman la segunda línea divisoria, la predisposición perceptual de la pri­mera atención empieza a ceder, pierde fuerza. Don Juan decía que esta transición está marcada por una repentina incapacidad de recordar o de comprender lo que se está haciendo.

Cuando se alcanza la segunda línea divisoria, la segunda aten­ción empieza a actuar sobre los guerreros que llevan a cabo el viaje. Si éstos son inexpertos, su conciencia se vacía, queda en blanco. Don Juan sostenía que esto ocurre porque se están aproximando a un espectro de las emanaciones del Águila que aún no tienen una predisposición perceptual sistematizada. Mis experiencias con la Gorda y la mujer nagual más allá de la pa­red de niebla era un ejemplo de esa incapacidad. Viajé hasta el otro yo, pero no pude dar cuenta de lo que había hecho por la simple razón de que mi segunda atención se hallaba aún in­formulada y no me daba la oportunidad de organizar todo lo que había percibido.

 

El segundo anillo de poder

«Cuando nacemos traemos un anillo de poder. Casi desde el principio, empezamos a usar ese anillito. Así que cada uno de nosotros está enganchado desde el nacimiento, y nuestros anillos de poder están unidos con los anillos de los demás.

En otras palabras, nuestros anillos de poder están enganchados al «hacer» del mundo para construir el mundo. Un hombre de conocimiento, en cambio, desarrolla otro anillo de poder. Yo lo llamaría el anillo de «no-hacer». Así, con ese anillo, puede urdir otros mundos.»

Don Juan me explicó que uno empieza a activar el segundo anillo de poder forzando a la segunda atención a despertar de su estupor. El bloqueo funcional del primer anillo de poder logra esto. Después, la tarea del maestro consiste en recrear la condición que dio principio al primer anillo de poder, la con­clusión de estar saturado de intento. El primer anillo de poder es puesto en movimiento por la fuerza del intento dado por quienes enseñan a desnatar. Como maestro mío él me estaba dando, entonces, un nuevo intento que crearía un nuevo me­dio perceptual.

Don Juan decía que el núcleo de nuestro ser era el acto de percibir, y a partir de la percepción se llegaba a la toma de conciencia; estos estados (la percepción y la conciencia) funcionan como una sola unidad; esta unidad tenía dos esferas: una era la «atención del tonal» o «el primer anillo de poder», el mundo de la razón y de los pensamientos. Y la otra era la «atención del nagual» o «el segundo anillo de poder», el mundo de la voluntad y de los actos. Don Juan señala que la única libertad que tiene el guerrero en el mundo cotidiano consiste en llevar una conducta impecable.

«Lo más difícil del mundo, para un guerrero, es dejar ser a los otros…
La impeca­bilidad de un guerrero consiste en dejar de ser y apoyar a los demás en lo que realmente son. Desde luego, eso implica confiar en que los otros son también guerreros impecables.
‑¿Y si no son guerreros impecables?
‑Entonces tu deber es ser impecable y no decir pa­labra ‑replicó‑. El Nagual sostenía que sólo un brujo que «ve» y ha perdido la forma puede permitirse ayudar a otro…»

Don Juan decía que toma toda una vida de disciplina incesan­te, que los videntes llaman intento inquebrantable, preparar al segundo anillo de poder para que pueda construir desnates del otro nivel de emanaciones del Águila. Dominar la predis­posición perceptual del yo paralelo es una hazaña. de valor in­comparable que pocos guerreros logran. Silvio Manuel era uno de esos pocos.

Don Juan me advirtió que no se debe intentar dominarla deliberadamente. Si esto ocurre, debe de ser mediante un pro­ceso natural que se desenvuelve sin un gran esfuerzo de nuestra parte. Me explicó que la razón de esta indiferencia estriba en la consideración práctica de que al dominarla simplemente se vuelve muy difícil romperla, pues la meta que los guerreros persiguen activamente es romper ambas predisposiciones per­ceptuales para entrar en la libertad final de la tercera atención.

 

La tercera atención

La primera atención fuerza a percibir el mundo de energía como un mundo de ideas y objetos, es la conciencia animal que toma en cuenta el universo cotidiano. Representa el mayor triunfo del hombre común. Sin embargo y en realidad, somos seres capaces de volvernos conscientes de nuestra luminosidad.

La segunda atención, más compleja y más especializada, está ligada a lo desconocido, pero se puede acceder fácilmente a ella y por eso resulta atractiva.

La tercera atención se manifiesta cuando el fulgor de la conciencia deviene el fuego interior. De hecho todos los seres humanos acceden a ella en el momento de la muerte, alcanzando así a lo incognoscible. Antes de morir se «llenan» de su totalidad para inmediatamente entrar en la tercera atención y ser devorados por el Águila.

La tercera atención es la conciencia inconmensurable que incluye los aspectos indefinibles de la conciencia de los cuerpos físico y luminoso. Se alcanza cuando el resplandor de la consciencia se convierte en el fuego interior y enciende todas las emanaciones del Águila que está en el interior del capullo del hombre. El logro supremo de los seres humanos, es alcanzar ese nivel de atención y al mismo tiempo retener la fuerza de la vida, sin convertirla en consciencia incorpórea.

La Toltequidad propone, a través de sus enseñanzas, llegar a la totalidad de uno mismo y, antes de morir, pasar a «voluntad» en la tercera atención, pero sin perder la conciencia de uno mismo, es decir sin ser devorados por el Águila, recibiendo el «don del Águila».

Fuente: Bibliografía de Carlos Castaneda.


 

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