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El arte de acechar es para cazar la propia importancia.

El arte de acechar es para cazar la propia importancia.

El guerrero que busca la templanza interna no sólo camina: acecha. No acecha a otros, sino a sí mismo. El acecho es la disciplina tolteca de la percepción y la vigilancia implacable sobre la trampa más profunda: la importancia personal.

El Nawal Don Juan Matus decía que ésta consume la mayor parte de nuestra energía; es el enemigo más voraz, pues nos ata al yo como centro de todo lo que nos ocurre.

El acecho entonces, no es una vigilancia paranoica de sí mismo, sino una forma de estar en el mundo: ver sin ser visto y actuar sin dejar huella. Se trata de observar los propios movimientos internos, las rutinas, los gestos y actos que nos hacen ser predecibles.

Un guerrero que busca la templanza interna acecha sus debilidades como si fueran presas, no para exterminarlas, sino para desarmar su dominio.

“Un guerrero se vuelve inaccesible —decía don Juan—, no porque se esconda, sino porque no se deja atrapar por la mirada del mundo.”

Don Juan transmitió cuatro posturas internas que sostienen el arte de acechar:

La Paciencia: que es el arte de esperar el momento justo, sin ansiedad ni prisa. La Astucia: que es moverse con inteligencia, sin rigidez, como un cazador que conoce las sendas de su presa. La Implacabilidad: que es la dureza necesaria para cortar con lo inútil, pero siempre bajo dominio, sin desbordes. Y la Sencillez: que es actuar sin adornos, sin complicarse, con el gesto fresco, directo y ligero hacia la vida.

Estas disposiciones no son reglas, sino aspectos del ser que el guerrero cultiva hasta que se vuelven naturales.

El acecho apunta, en última instancia, a desmontar la obsesión con uno mismo. “Toda la energía del hombre común está atrapada en defender su ego”, decía don Juan. El guerrero, en cambio, aprende a reírse de sí, a volverse ligero, a vivir como si ya estuviera muerto.

Sin importancia personal, la energía fluye libre permitiendo que la percepción se abra como alas desplegadas en vuelo.

Algunas prácticas iniciales que recomiendo:

Observarse como si fueras otro: cada gesto, cada acto, cada reacción. ¿De dónde viene? ¿Sirve en tu camino o sólo alimenta tu importancia?

Romper rutinas: alterar hábitos para dejar de ser predecible, incluso para uno mismo.

Ejercitar el humor: reírse de las propias quejas y dramas cotidianos.

Practicar la invisibilidad: pasar desapercibido, no reclamar atención y desaparecer del centro.

El arte de acechar no busca controlar el mundo externo, sino liberar al guerrero de la prisión más íntima: su yo inflado y altanero.

Cuando la importancia personal cae, el silencio aparece y en ese silencio, la percepción se vuelve un filo, entonces el guerrero acecha, no para cazar, sino para ser libre, hasta lograr la “libertad total”.

Claudio Arenas Vergara
Psicozoica Editores
Escuela de Alta Consciencia

Nawal Kan Ahau.
Sirena.

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