Mucho se ha escrito de los toltecas y en verdad es poco lo que se sabe de ellos. Se ha dicho equivocadamente que fueron “un pueblo” o “una cultura”, pero lo cierto es que los toltecas fueron un linaje de conocimiento de la sabiduría ancestral del Cem Anáhuac (nombre dado al mundo por los nahuas).
Tolteca, entonces, era un grado de conocimiento de la Toltecáyotl. ¿Qué era la Toltecáyotl?. Era el arte de vivir en equilibrio, el pensamiento filosófico que le daba sentido a la existencia. Así como los orientales tienen el Budismo o el Taoísmo, para los nativos la Toltecayotl representó, durante más de 10 mil años, la cúspide de su cosmovisión.
El tolteca es, -simbólicamente-, el artista entre los artistas, el que hace brotar los rostros propios y los corazones verdaderos, el que ilumina como una tea que no humea, el maestro entre maestros…
Existían en el Cem Anáhuac un puñado de toltecas provenientes de todos los pueblos y culturas. Estos hombres y mujeres de conocimiento estudiaban y practicaban los conocimientos de la Toltecáyotl en el periodo clásico, en lo que hoy conocemos como “zonas arqueológicas”. Estas zonas nunca fueron palacios, fortalezas, ciudades o centros ceremoniales, sino, centros de investigación y estudio de las posibilidades humanas en torno a parámetros de frecuencias vibratorias que hoy la ciencia occidental empieza a percibir. El centro irradiador de la Toltecáyotl fue Teotihuacán, lugar en donde los seres humanos alcanzaban la divinidad.
La Toltecáyotl y los toltecas seguramente surgieron en el periodo preclásico. Los olmecas fueron los primeros maestros que empezaron a estructurar lo que conocemos como Toltecáyotl. Los toltecas provienen de la cultura olmeca, son un grupo de estudiosos provenientes de cada cultura de Anáhuac.
Es interesante observar que a lo largo de la historia anahuaca existió una línea de pensamiento unificador que estructuró y permeó los tres periodos (preclásico, clásico y postclásico) con una misma raíz filosófica cultural. Esta filosofía se puede observar en la arquitectura, la iconografía, los rituales, los valores y los usos y costumbres de todos los pueblos anahuacas. El maíz y Quetzalcóatl son los símbolos por excelencia de la realidad “material y espiritual” del Anáhuac.
Quetzalcóatl no fue ni un personaje y menos “un dios”, como lo dijeron algunos pueblos anahuacas del periodo postclásico y los conquistadores. Similar a los arquetipos de otras civilizaciones antiguas de la humanidad, Quetzalcóatl es un símbolo filosófico y un arquetipo humano.
Y la prueba está en que podemos observar en la cultura olmeca en el año 1200 a.C. en Chalcatzingo, Morelos, a la “Serpiente Emplumada” esculpida en los grandes peñascos de la zona arqueológica…
Pero también lo apreciamos en Teotihuacán en el año 200 d.C. en el periodo clásico, y aún en la Gran Tenochtitlán en el periodo postclásico con los mexicas en 1500 d.C.
Quetzalcóatl no fue un humano, pero tampoco fue un “dios”, pues sabemos que en la religión anahuaca no existían dioses. Solo se percibía una divinidad suprema que no tenía forma o nombre, y no podía ser representada. Pero sí existían múltiples manifestaciones de su inconmensurable poder y presencia, llamados erróneamente “dioses” por los conquistadores, quienes justificaron así su erradicación y la imposición de su evangelio. De esta manera, la Toltecáyotl quedó reducida a un puñado de idolatrías y “primitivas creencias”.
Del ombligo a los pies encontramos a la Tierra y a la materia, y se simboliza con una serpiente que en lengua náhuatl se dice coatl. De modo que Quetzalcóatl representa la unión y el equilibrio entre el Espíritu y la materia.
Las otras dos partes vienen de la división longitudinal del ser humano en la parte derecha o tonal y la parte izquierda o nahual, que representan del mundo y del individuo respectivamente: El Sol, lo masculino y la razón; y la Luna, lo femenino y la intuición.
Quetzalcóatl, la Toltecáyotl y los toltecas son la parte más decantada, -“el fruto florecido”-, de la civilización del Anáhuac. Podemos afirmar que los maestros toltecas-olmecas tuvieron su continuidad con los maestros toltecas mayas, zapotecos y nahuas, por citar sólo tres de las diferentes culturas del Anáhuac.
Sin embargo, a partir del colapso del periodo clásico, alrededor del año 850, los toltecas desaparecieron de la faz de la tierra, destruyendo sus numerosos centros de conocimiento y encubriendo su milenario conocimiento. Dejaron, eso sí, la profecía de que regresarían a restaurar la armonía y el equilibrio en el Anáhuac en el año uno caña, que se repite cada 52 años.
El mito o metáfora es que Quetzalcóatl fue engañado y derrotado por su contraparte Tezcatlipoca, quien logró “vencer las defensas” que lo protegían en su palacio y le entregó un espejo como regalo. Cuando Quetzalcóatl vio el espejo, encontró a un anciano, por lo cual pecó y perdió su pureza… Por esto abandonó el Anáhuac. La metáfora nos sugiere que el conocimiento “envejeció” y tuvo que retirarse temporalmente para restaurarse, con la promesa de que regresaría para restablecer la armonía y el equilibrio.
Tiempo después, el recuerdo de Quetzalcóatl y sus enseñanzas empezaron a transformarse. Algunos pueblos transformaron los ancestrales mitos y los ajustaron a su historia, haciendo aparecer a Quetzalcóatl como un dios o como un personaje. Así, Quetzalcóatl se fue transformando según los intereses de los grupos de poder.
Pero durante el periodo clásico los pueblos vivieron en armonía y en equilibrio durante más de diez siglos, guiados por los venerables maestros toltecas y la sabiduría de la Toltecáyotl. Floreció la cultura en su diversidad, pero mantuvo su raíz filosófica y sobre todo, una unidad cultural asombrosa.
Esta “unidad en la diversidad cultural” no sólo se manifestó en los múltiples idiomas, manifestaciones religiosas, arquitectura, iconografía, arte y alimentación, sino fundamentalmente en el aspecto filosófico. Pensemos en que una región tan extensa como el Cem Anáhuac y con tantos pueblos diferentes mantuvo la unidad cultural en base a la matriz filosófica cultural que representó la Toltecáyotl.
El tolteca, no importaba que hablara lengua náhuatl, maya o zapoteco, hablaba de los mismos conceptos filosóficos y mantenía los mismos valores y principios. Lo que permitió que todos los pueblos fueran diferentes pero hermanados por las mismas elevadas aspiraciones existenciales.
A partir del Siglo X, en el Anáhuac se inició la búsqueda de “re-construir” esta asombrosa unidad cultural que duró un milenio, pero ya no con la sabiduría, sino con las armas y las alianzas entre pueblos y linajes familiares. En la ausencia de los toltecas algunos pueblos y líderes trataron de reunificar esta totalidad cultural. Los mayas, los mixtecos, los purépechas y finalmente los mexicas lo intentaron, pero con logros parciales y limitados en tiempo y espacio hasta la llegada de los invasores europeos.
Sin embargo, es importante señalar que los toltecas sólo “desaparecieron”, pero nunca se extinguieron o se acabó la Toltecáyotl. Los toltecas siguieron con el desarrollo de la Toltecáyotl, pero ahora fuera del mundo cotidiano e inmediato. Los toltecas han seguido sus linajes de conocimiento a través del tiempo. Su capacidad e impecabilidad los ha hecho ser “invisibles” en medio de los tumultos de la colonia y del México independiente, llegando hasta nuestros días impecables e inmaculados. Por otra parte, La Toltecáyotl ha seguido viva en el subconsciente de los pueblos y culturas de lo que hoy conforma México.
Finalmente, los historiadores colonizadores desde Clavijero hasta los contemporáneos –nacionales y extranjeros-, han hecho de los toltecas “un pueblo” y una cultura. Cosa que es un equívoco y una muestra del desconocimiento y desprecio con el que han “investigado y estudiado” el pasado ancestral de nuestra civilización.
Actualmente, en el mosaico multiétnico de la nación, no aparecen los “toltecas” dentro de los 62 pueblos originarios. Sí fueron un pueblo, y éste fue tan importante, ¿cómo es posible que no exista en la actualidad? En cambio, encontramos pueblos como los tacuates por ejemplo, que a pesar de su relativa importancia en el pasado indígena de la nación permanecen y han sabido sobrevivir a su muerte histórica.
Los toltecas nunca han sido un pueblo ni una cultura, sino un grado de conocimiento de la Toltecáyotl. Y lo cierto es que los toltecas ocultaron en sus glifos en piedra sus conocimientos de lo que hoy conocemos como zonas arqueológicas del periodo clásico, no sólo representó un formidable esfuerzo, sino que es el símbolo irrefutable de que su conocimiento “se encubrió”, pero que ha seguido en pleno y permanente desarrollo. El hecho de que la cultura dominante no lo pueda conocer y manipular esta sabiduría, no implica necesariamente que no exista. Solo se ha mantenido fuera de “la realidad o mundo conocido” de la cultura dominante.
Fuente: Tlacael